ni mi despertar,
ni la vigilia que me sacude,
ni el día que me revienta,
ni la sien que me atosiga,
ni el columpio que me mece,
ni la rosa que me alimenta,
ni la canción que inunda mis pestañas,
ni las letras que atesoro.
esa comprensión eterna,
esa alegría tras la puerta,
esa mirada furtiva,
ese corazón tejido de grandeza,
ese cuerpecillo bajo el satén,
esa apátrida bondad,
ese gesto de princesa verdadera.