al mar, veo despertar al
oriente.
Mis piernas, doradas y exiguas,
se arrullan mutuamente.
El café humeante desata
aromas arrogantes, leoninos.
Mis ojos, cercenados por
el resplandor, deambulan del
añil a lo rojizo.
No existe la nada a mi alrededor,
no existen la soledad ni la
codicia.
El arrullo encadenado de las
olas, me transporta al
hogar lejano,
a la memoria de lo que pudo
ser.
Son momentos auspiciados
por el azar,
pero también son vidas
vividas en un instante,
episodios de luz infinita.
JulioElpuente