Supieron de su amor cuando sus manos se encontraron en aquel jardín con olor a libros
y a menta.
Los inefables caminos del deseo los llevaron a lugares expuestos a la luz y al temor.
Y pensaron en el mar.
El mar sería su cómplice y
su protector, su hogar y su silencio.
Y ahora el mar albergaba su desnudez.
Las olas, mágicos engendros que saludan y someten,
refrescaban sus labios alegres y omnívoros.
Sus cuerpos, ungidos en mil
batallas, se habían convertido allí, entre las olas, en dos heroicos recuerdos de una juventud casi olvidada,
y se urgían, impetuosos.
Y supieron que ya nada
podría detenerles,
ni el rigor ni la mesura,
ni la soledad ni la pena,
nada.
JulioElpuente