El armario donde acababa de encerrar a su muñeca era tan extraño como los espíritus que contenía. Allí dentro, durante la noche, las prendas cobraban vida.
El peripuesto esmoquin, en un ataque de hombría, le pidió matrimonio a la blusa carmesí.
"Es halagador -dijo ella-, pero mi corazón pertenece al pantalón vaquero".
"¿Cómo es posible que prefiera a ese andrajo?", pensó él.
Después, mientras todas las prendas charlaban animadamente, el esmoquin se acercó al distraído vaquero y con una percha vacía le propino varios cortes en las perneras.
Ante sus gritos todos se acercaron. La blusa dio un respingo y musitó:
"¡Oh, estás aún más bello, y tan moderno!"
JulioElpuente