madre del acantilado y
esposa de la nube,
mis pies, amortiguados
por el musgo norteño,
resucitan a cada paso
las venas que surcan
mi geografía pretérita,
alimentan la quietud
de mis afligidos huesos.
Estos pies, llegados desde
las carnes abiertas,
adornados por alguna
que otra miseria pasajera,
saben mi nombre y
juegan a ser juez y
parte de este tumulto
llamado vida.
Acaecerá un día en el que
la luna y sol firmarán
un pacto eterno de
amistad, de tolerancia,
y, en ese preciso instante,
mis pies y yo desaparecemos
tras los túmulos y el
horizonte.
JulioElpuente