Levanta la cara y sonríe;
el día ha despertado
de azul y blanco para ti.
Ha ardido el satén de tu
boca con aquella llama
veloz y despiadada que
purifica y envuelve.
Y tú, mientras visitas el hogar
de los ángeles, repartes
abrazos y sonrisas,
amaneceres y ocasos.
Y es tanta la ternura de tu
piel, tanta la frescura de tus
ojos, que nadie respira,
nadie parpadea;
todas las margaritas están
deshojadas, todos los elogios
están agotados.
El anciano día no ha podido resistir
las lágrimas cuando tu
sombra ha desaparecido,
y se abraza angustiado a la
altiva noche y le ruega que te
devuelva a su efímera vida.
JulioElpuente